La izquierda histérica
Axel Kaiser Director ejecutivo Fundación para el Progreso
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Axel Kaiser
El espectáculo que ofrece la élite de izquierda cuando gana la derecha dura es tan ridículo, que sería cómico si no fuera porque los países necesitan de izquierdas sensatas para prosperar.
Les pasó con Trump, a quien se comparó con Hitler, anunciando, con expresión de terror, que abriría campos de concentración y que iniciaría la tercera guerra mundial. Les pasó también con el Brexit, donde se anticipó el fin del Reino Unido, un apocalipsis económico irreversible para la isla y el regreso a un orden geopolítico del tipo que generó la Segunda Guerra Mundial. Ahora les pasa con Bolsonaro, al que ya se ha comparado con, sí, adivinó, Hitler.
Para ser justos, no sólo las izquierdas, sino buena parte de la derecha socialdemócrata ha reaccionado de manera desmesurada. Lo interesante en el caso de la izquierda, sin embargo, es que se muestra totalmente incapaz de hacer una autocrítica para entender por qué ha perdido de manera masiva el apoyo que históricamente obtuvo entre las clases obreras. La razón tiene que ver con que, aburguesada entre lujos y riquezas obtenidos tras décadas en el poder, ha perdido por completo el contacto con el ciudadano común y corriente, al que, como nunca, desprecia y maltrata dando cuenta de una incurable arrogancia intelectual y un desatado narcisismo moral.
Si antes la causa era la de la revolución proletaria o al menos la igualdad social, hoy, culposa en su nueva condición de super élite, la izquierda ha abrazado la de las minorías. La obsesión con la llamada “identity politics”, que busca dar privilegios a diversos grupos supuestamente oprimidos por el hombre blanco heterosexual al que se ataca y ridiculiza sistemáticamente, es lo que, según explica Mark Lilla, ha arruinado al Partido Demócrata, haciéndolo incapaz de ofrecer un proyecto realmente inclusivo.
Si tratan como “deplorables” -la expresión es de Hillary Clinton- a mayorías de personas sólo porque no están de acuerdo con la inmigración ilimitada, el matrimonio gay, o la ideología -sí, ideología- de género, ¿qué pretenden? Ellos, nadie más, son los responsables de su propio derrumbe.
¿Y qué esperaban que ocurriera en Brasil, un país saqueado por una élite corrupta, asolado por la criminalidad y en plena recesión económica? Si esa es la democracia que la élite globalista dice querer defender, no sorprende que los brasileños le contesten mostrándole el dedo. Bolsonaro podrá representar una potencial amenaza para ciertas libertades, pero Haddad, que viene con una agenda filo chavista y es heredero de una dinastía de ladrones, difícilmente es mejor alternativa. Que Bolsonaro haya hecho comentarios de tinte machista u homofóbico no le afecta, porque esas cosas —aunque la izquierda y los políticos Starbucks de centro derecha pongan los ojos en blanco— no le importan demasiado a la gente.
Más mujeres y negros votaron por Bolsonaro que por Haddad y muchos gay también lo hicieron. Ellos saben lo que la izquierda y la derecha socialdemócrata de las élites ignoran: que Bolsonaro no es Hitler, que no habrá persecución a minorías ni campos de concentración. Y aunque sea malo, al menos elegirlo dará una lección a los corruptos y tal vez haya, por fin, mano dura con la delincuencia desbordada, recuperación económica y control migratorio en lugar de estupideces como el “lenguaje inclusivo”, la lucha de géneros y otras tantas invenciones patológicas de los sacerdotes de la corrección política progresista.
Aunque le parezca increíble a la élite globalista, ésas son las despreciables preocupaciones de las mayorías. Por eso votan a Trump y a Bolsonaro.